La electricidad en Alaró
Un paisaje natural es inseparable de las personas que lo habitan y que forman parte de él. No hay paisaje hasta que no hay una mirada humana que lo observa y valora. La cuestión es que esta presencia humana, invariablemente, modifica el paisaje. Hace tres o cuatro mil años el paisaje pervivía inalterado. Pero ya no podemos vivir en las cavernas, ¿verdad que no? Desde el momento en el que los seres humanos se instalaron en los actuales municipios de la Serra de Tramuntana, todo empezó a cambiar irreversiblemente: el espacio natural resultó modificado y lo tenemos que aceptar y asumir. Las aportaciones históricas de los humanos forman parte también del patrimonio de la Serra de Tramuntana. Vivimos en el siglo XXI y no hay posibilidad de territorio sin presencia humana: los que viven en la Serra de Tramuntana y los que la visitan. Quizás no se trata de lamentarse, sino, al contrario, de aceptar la huella humana en el paisaje como un hecho necesario y consubstancial al paisaje mismo y, en todo caso, hacerla más sostenible.
Uno de los momentos históricos decisivos de la Serra de Tramuntana fue la llegada de la industrialización a algunos de sus municipios a principios del siglo XX. Tal vez precisamente por el difícil acceso a estos lugares montañosos, la huella de los habitantes de algunos de estos pueblos fue mayor que en otros sitios de la isla. Dos de los pueblos que más destacaron en este proceso de industrialización fueron Sóller y Alaró: ambos se electrificaron y construyeron sendas líneas de tren casi paralelamente. De Sóller, caso mucho más famoso, hablaremos en un próximo artículo. Hoy nos centraremos en el caso mucho menos conocido de Alaró.
Uno de los momentos históricos decisivos de la Serra de Tramuntana fue la llegada de la industrialización a algunos de sus municipios a principios del siglo XX
Alaró fue el primer municipio de Mallorca que dispuso de una red urbana de distribución eléctrica, incluso antes que Palma. La iniciativa surgió de dos vecinos de Alaró, los hermanos Gaspar y Josep Perelló Pol, que tenían un negocio de jabón y aceite. Gaspar, que había viajado por negocios a Barcelona, quedó deslumbrado por las posibilidades de la electrificación de la gran ciudad y quiso que Alaró tuviera lo que él había visto en la capital catana. Su sueño se hizo realidad a partir de su propio capital y del apoyo de un grupo de vecinos convencidos de las ventajas de la electricidad. Los hermanos Perelló vencieron las reticencias de una buena parte de los habitantes del pueblo, trajeron técnicos de Cataluña y construyeron una central eléctrica y una red de distribución inaugurada el 15 de agosto de 1901, coincidiendo con las fiestas locales. De la central original todavía se conserva una torre, restaurada en 2001 para la celebración del centenario de su inauguración.
La central eléctrica utilizaba carbón obtenido en las minas de lignito del pueblo, por delante de las cuales pasaba, precisamente, una vía de tren, otro de los hitos importantes de la industrialización de Alaró. La línea de tren Palma-Inca, que se había inaugurado en el año 1875, dejaba de lado Alaró: la estación estaba en el pueblo de Consell. Cinco años más tarde, dos vecinos de Alaró, Jaume Comes Frau y Josep Sureda Villalonga, consiguieron la concesión de una línea de tren que unía Alaró con la estación de Consell y dieron salida al transporte de zapatos, una de las industrias más importantes del pueblo, junto con las minas de carbón –Alaró llegó a tener treinta fábricas de zapatos, de las cuales hoy solo queda una.
Al principio, la falta de capital impidió dotar el ferrocarril de Alaró de una máquina de vapor. En dirección a Alaró el camino era de subida y la tracción del tren se hacía con mulas; en cambio, para el regreso a Consell se aprovechaba, gracias a un desnivel de unos 50 metros, la fuerza de la gravedad. No fue hasta 1922 cuando la compañía del ferrocarril adquirió dos máquinas con motor de gasolina, que se bautizaron con los curiosos nombre de Sant Cabrit y Sant Bassa, en recuerdo de los legendarios defensores medievales del Castell d'Alaró frente a las tropas de Alfonso de Aragón.
Electricidad, línea de ferrocarril propia, minas de carbón, fábricas de zapatos, elementos de prosperidad que fueron surgiendo de la iniciativa de algunos particulares, de los cuales, hoy, apenas queda un recuerdo, puesto que Alaró, como tantos pueblos de la comarca del Raiguer, se ha convertido en una especie de ciudad dormitorio para gente que trabaja en Palma o en Inca.
Texto de Jordi Martí
Traducción de Maria Gené Gil
Sabías que...
Según los periódicos de la época, la expectación generada por la llegada de la electricidad a Alaró fue enorme en toda Mallorca. La inauguración de la central y de la red eléctrica en Alaró coincidió con las fiestas patronales, el 15 de agosto de 1901. El Ayuntamiento preparó un programa repleto de actos, a los que asistió una multitud de gente de Palma y de otros pueblos vecinos.
Como pasa con todos los sueños, al final toca despertarse. Josep Perelló había muerto en 1906 y Gaspar, después de comprar la parte de su hermano a la viuda, quedó como único propietario. En 1916, enfermo y prácticamente arruinado, vendió la central eléctrica a la Compañía Mallorquina de Electricidad, de Palma.
Bibliografía
Sobre la electricidad en Alaró hay abundante bibliografía, en buena parte dada a conocer en torno al año 2001, en que se celebró, con diversos actos culturales y exposiciones, su centenario. Podemos mencionar los textos siguientes: Gaspar Pizà, L'electricitat a Alaró. Història de la primera central elèctrica a Mallorca, Alaró, Consell de Mallorca y Ayuntamiento de Alaró (2001); Jaume Miquel, 100 anys d'electricitat a Mallorca, Ayuntamiento de Alaró (2001).
Sobre el tren en Alaró la bibliografía es mucho más escasa. Un texto clásico que habla del ferrocarril en toda Mallorca (incluye mucha información sobre la aventura del tren de Alaró) es el libro de Nicolau S. Canyelles, El ferrocarril a Mallorca. La via del progrés, Documenta Balear. En la red se puede encontrar más material. Destaca el artículo "El tranvía de Alaró", de Antoni Sanchis i Florit.
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