Indianos, su legado a la Serra de Tramuntana
Se buscan hombres, de 12 a 40 años de edad, dispuestos a abandonar su casa para buscar fortuna en el Nuevo Mundo. Se asegura: travesía marítima de un mes como mínimo en condiciones penosas, jornadas laborales de 15 a 18 horas sin días libres, largos años de ahorro y austeridad, enfermedades endémicas, calor y lluvias tropicales, regreso incierto y éxito dudoso, pero si se consigue: prosperidad y un retorno honorable a la tierra natal
El perfil del trabajador emprendedor y tenaz, que reclama este anuncio ficticio, se corresponde con el de cerca de cincuenta millones de europeos que se desplazaron a otros continentes, en la llamada "era de las grandes migraciones" y que tuvo lugar entre mediados y finales del siglo XIX. América, Asia y Australia ofrecieron a estas personas la oportunidad de colonizar tierras y de explotar sus abundantes recursos.
España no fue ajena al fenómeno migratorio, ni tampoco las Baleares, que por su condición de islas eran "... una tierra sin caminos hacia otras tierras a donde se pudiera llegar rodando, cabalgando, caminando, pasando fronteras", como escribió Alejo Carpentier.
Así pues, entre finales del siglo XIX y principios del XX, miles de mallorquines se embarcaron hacia América, las Filipinas, Francia o Argelia para escapar de una vida de privaciones y sin esperanzas de ascenso social, ligada a trabajos agrícolas o artesanales poco productivos. Además, los jóvenes menores de 17 años podían eludir de este modo el largo servicio militar español y las guerras en que estaba sumido el país.
Desde todos los pueblos de la Serra de Tramuntana, niños y jóvenes se lanzaron a la aventura migratoria para tratar de mejorar su suerte: unas cuantas decenas desde las aldeas (Galilea o Es Capdellà) y cientos o miles desde los municipios más populosos (Sóller, Pollença o Andratx). Esta expedición no se emprendía temerariamente, sino que siempre tenía unos vínculos familiares o de amistad. Las personas que se habían instalado en el país de acogida ofrecían trabajo a sus familiares o compatriotas y les facilitaban el viaje y el alojamiento inicial. Los "elegidos" empezaban entonces a trabajar a cambio de comida y alojamiento, como "mozo para todo", en los negocios familiares: fruterías, panaderías, talleres de calzado, imprentas...
Cuba, Argentina, Puerto Rico, Uruguay y Chile fueron los principales destinos americanos de los emigrantes mallorquines. Una buena parte regresó al cabo de unos cuantos años y a duras penas se pudo pagar el billete de vuelta, pero una minoría triunfó, levantó empresas y negocios que perduraron en el tiempo. De entre estos afortunados, algunos acabaron sus vidas en el país de acogida y otros, movidos por la nostalgia, regresaron a sus pueblos con todo tipo de lujos.
En Europa, muchas personas procedentes de Sóller y de S'Arracó eligieron Francia para establecer sus negocios y sus proyectos de vida, iniciados muchas veces de manera ambulante, con la venta de fruta u otros alimentos, que culminaron en negocios estables y prósperos, como las fruterías Au Jardin d'Espagne repartidas por toda la geografía francesa; además de cafeterías, tiendas de ultramarinos, bodegas, restaurantes… En 1887 en Marsella había 43 restaurantes de personas procedentes de Sóller.
Era costumbre que cuando estos emprendedores conseguían una situación de cierta holgura económica buscasen esposa entre las jóvenes de su pueblo natal, aunque muchos matrimonios se tenían que celebrar por poderes. Estas personas querían mantener los vínculos con sus lugares de origen, puesto que alimentaban el deseo íntimo de regresar algún día. Ahora bien, llegado el momento, no volverían como aquel muchacho o joven de poca relevancia social que se fue años atrás, sino como un indiano enriquecido que ha ascendido a lo más alto de la escala social y que dedica parte de su fortuna a obras filantrópicas.
El indiano solía utilizar galicismos o americanismos en su manera de hablar y tenía acento extranjero. Su indumentaria solía incluir: traje blanco, sombrero panamá y chaleco cruzado con una gruesa cadena de oro que sostenía el reloj de bolsillo, además de un anillo con un rubí en el dedo anular.
Como símbolo de su estatus, los indianos erigieron mansiones espléndidas de estilo colonial o modernista, que era el movimiento artístico en boga y que se manifiesta en fachadas, galerías, miradores, torres, cúpulas, escalinatas y en todo tipo de bellos detalles. Estas casonas elegantes, desconocidas hasta la época, disponían además de los últimos avances, de agua caliente, cuarto de baño y cocina equipada. En los jardines, decorados con pérgolas, fuentes con surtidores, columnas y bancos, se plantaron árboles tropicales: caquis, jacarandás, ombúes, araucarias y, por supuesto, palmeras de abanico, que proclamaban que su dueño había vivido en tierras lejanas. Casi todos los pueblos de la Serra de Tramuntana conservan casonas de este estilo: Can Maçana, Can Querol y Can Prunera en Sóller, Villa Francisca en Bunyola, Ca na Torretes en S'Arracó, y tantas otras.
Muchos indianos quisieron también dejar su huella a través de monumentos fúnebres y encargaron las tumbas y los panteones familiares a escultores o artistas funerarios. En el cementerio de Sóller hay algunas buenas muestras de ello.
Hoy en día, los descendientes de mallorquines emigrados se cuentan por miles y tienen un buen aliado en las nuevas tecnologías. La red les sirve de punto de encuentro; así pues, tanto podemos encontrarnos con la llamada de un historiador que investiga la emigración de su pueblo hacia América o Francia y quiere establecer contactos con emigrantes originarios o sus familias.
Texto de Elena Ortega
Traducción de Maria Gené Gil
Sabías que...
Joan Canyelles Sastre, Pereó, fue un vecino de Selva que hizo las Américas a principios del siglo XX. El hombre se estableció en Montevideo, donde abrió una zapatería, se casó y tuvo tres hijos. Cuarenta años después, regresó en solitario y, con la intención de ser recordado por sus compatriotas, donó un banco al pueblo. Cuando Pereó murió, sus hijos decidieron venir a Mallorca a vender el banco de Selva, del que tanto les había hablado su padre.
La sorpresa fue mayúscula cuando el taxista que los llevaba se paró a la entrada del pueblo para preguntar a unos ancianos que hablaban sentados al fresco dónde estaba el banco de Joan Canyelles. Los abuelos se levantaron del banco de piedra y les enseñaron la inscripción grabada en el respaldo: "Cortesía de Joan Canyelles a sus paisanos" (Pere Morey, L'herència de l'indià).
Bibliografía
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